Hace algo más de un mes que recibí por parte del jefe supremo el encargo de hacer una entrada acerca de The walking dead.
Mi chavala y yo ya habíamos comenzado la primera temporada pero nunca logramos pasar del tercer o cuarto episodio; ella desalentada por la lentitud de lo que pensaba sería «una más de zombies» y yo porque, como sabéis, soy un hombre muy atareado y con infinidad de quehaceres.
La llamada del mandamás frankensguitarriano me cogió, por lo tanto, en fuera de juego; más aún cuando, a raíz de un cómic que ando preparando junto a un amigo, acababa de terminar la lectura del tercer volumen integral de «Los muertos vivientes» (como se llama en castellano por si Ana Botella nos está leyendo).
Así pues, obediente y sumiso, me lancé a devorar las tres temporadas que hasta ahora se han emitido de la serie que adapta los cómics creados por Robert Kirkman y Tony Moore allí por el 2003, cuando el Madrid ganaba la liga a los vecinos por dos puntos y la liga española no era la mierda que es hoy.
Pero divago; como ya he dicho, había terminado de leer algunos de los volúmenes integrales, y lo que más me llamó la atención de la serie televisiva, en un primer momento, es lo diferente que resulta de los cómics, hasta el punto de que las tramas no convergen.
Hasta cierto punto hay una lógica en todo ello, y es la que manda la propia televisión y el desconocido devenir que le aguarda a los productos que se estrenan en ella. Una de las intenciones que Kirkman, como guionista, anuncia en alguna de las introducciones con que jalona los integrales es la de convertir The walking dead en una historia larga, y cuando dice larga se refiere a que no exista un final concreto al que sus personajes se estén aproximando. Vamos, que lo mismo en el 2045 siguen estirando el chicle de los cómics.
Está claro, desde ese momento, que la adaptación televisiva debe llevar su propio camino. La televisión no puede permitirse subordinarse al ritmo o a las tramas del cómic, así que han tomado la determinación de partir de un mismo punto para andar diversos caminos. Esto podría permitir que la serie de televisión concluyera, por ejemplo, en la sexta temporada mientras las historias de los cómics continúan durante otra década más sin que hubiera conflicto entre ambas.
Esta divergencia es la primera que choca al espectador de The walking dead, ya que introduce personajes propios de la serie y después tergiversa las situaciones a su antojo hasta el punto de que sucesos que le acontecen al personaje A en el cómic, le acontecen al personaje B en la serie y ni siquiera en el mismo momento (Dale y Hershel). Hay grandes aciertos como la relevancia del personaje de Shane en la versión televisiva (en el cómic casca a las primeras de cambio) o la introducción de los Dixon (con un fantástico Norman Reedus) y también hay algunos errores a mi juicio, como la poca relevancia de Tyreese y el reverso de lo que os comento de Shane, ya que éste muere a manos de Carl en el cómic, un auténtico golpe de efecto en el que Kirkman sorprende al lector y convierte al chico en un personaje de mucho peso desde casi el minuto uno. Desde luego que nada que ver con el Carl de la serie, a quien yo mismo colgaría del árbol más alto sin atisbo de rubor alguno.
El punto fuerte de The walking dead, y ésto es algo que comparten serie y cómic, es servirse del fenómeno zombie (muy gastado a estas alturas del panorama) para construír un nuevo mundo para el ser humano, en lugar de convertir el relato en una lucha entre ese mundo humano y el mundo zombie.
Lo que aquí representa un virus que ha infectado a casi toda la humanidad es lo mismo que podrían representar los pájaros en la película de Hitchcock. Estamos hablando sólo de lo superficial, de las reglas del juego, del marco en el que se va a disputar el encuentro. En Los pájaros, éstos no eran más que el envoltorio de una historia en la que una madre posesiva luchaba por controlar a su hijo frente a la rubia que amenazaba su relación filial; en The walking dead, los zombies son la definición de un mundo en el que los valores se han visto irremediablemente alterados y donde las normas que regían la convivencia se han podrido tanto como sus propias carnes.
Al final todo se reduce al modo en que el espectador se sienta ante la pantalla a ver el nuevo episodio (o leer el nuevo número), y creo que Kirkman supo enseguida cómo llegar a lo más profundo del que está al otro lado mirando. Una de las frases promocionales de la serie es la que mejor resume la filosofía de la serie: «Pelea a los muertos, teme a los vivos»; ésto es, los zombies son un escollo en la superficie, mientras que el verdadero terror está en los seres humanos que se han visto completamente despojados de toda ética y moral.
En cuanto a lo visual, y a excepción de algunos planos bastante poderosos e imaginativos, es una serie bastante sencilla (el extremo opuesto, por ejemplo, de la ultramaravillosa American Horror Story: Asylum , a la que dedicaré una entrada un día de estos), con la cantidad justa de sangre y vísceras y con la habitual tacañería con que afrontan el sexo las series americanas destinadas al consumo mayoritario (si la HBO hubiera sido la responsable…).
Una mención aparte sí quisiera hacer a todo el asunto de Woodbury, el Gobernador y la tercera temporada. Creo que es un acierto la elección de David Morrissey para el papel de Gobernador tal y como éste está planteado en la serie: un tío con un fondo y una apariencia que se alejan bastante, capaz de lo mejor y de lo peor. Aún así, esperaba algo más de él; no es el Gobernador del cómic, tan salvaje y desmedido que te gusta que resista para que pueda llevar a cabo sus más brutales castigos, perversiones y sadismos
A pesar de ello, no está mal del todo, y creo entender que hay ciertas cuestiones (ese amago de violación a Maggie que tanto se aleja de las salvajes violaciones y torturas a las que somete a Michonne en el cómic) que han preferido ahorrarse por ser demasiado pacatos.
En definitiva, estamos ante una serie muy interesante que, con más frecuencia de la que estamos acostumbrados, pone al espectador en la tesitura de plantearse qué es lo que él haría en caso de estar en la piel de tal o cual personaje. Creo que en Filmaffinity le di un ecuánime 7, lo que no está nada mal para un doctor exigente como yo.
Por último, sólo quiero recalcar el placer que le provoca a mi lado misántropo (el 99% de mi; el resto creo que es agua, o vino) el disfrutar de una serie que muestra al ser humano como lo que es: un auténtico hijo de puta.
¡No comáis muchos dulces, amiguitos!