Llevaba ya un tiempo pensando en dedicar una entrada a Breaking Bad, la serie de moda que narra el descenso a los infiernos de un profesor de instituto que comienza a cocinar metanfetamina para ayudar económicamente a su familia de cara a su inminente fallecimiento por cáncer de pulmón (así, a grandes rasgos). No voy a negar que he seguido las andanzas de Walter White (no hay calificativos para la interpretación de Brian Cranston) con desmesurado interés, pero también creo que ha llegado un momento en que se ha cuasimitificado la serie en exceso, y eso me jode.
Generalmente soy de los que piensa que es el tiempo el que termina de hacer encajar las piezas de todo cuanto importa, bien sea por efecto de la erosión, del desgaste, de la costumbre o de la distancia que puede permitir análisis más sosegados; pero la serie creada por Vince Gilligan se ha saltado todos los trámites y ha pasado a ser una de las más aplaudidas de la historia de la televisión antes casi de terminar siquiera; y no digo que no sea justo, que probablemente lo es, sino que me da rabia esa costumbre de glorificar masivamente las cosas.
Por lo tanto, y como doctor al que le gusta tocar los cojones, no voy a hablar más de Heisenberg (alter ego de Walter White), ni de la DEA, ni de lavaderos de coches ni de si hay que llamar a Saul o no; voy a hablaros de una serie que pasó por nuestras pantallas con mucho menos bombo, que acabó hace más de un lustro y que me parece una joya de la ostia: The shield
Todavía no me explico cómo es posible que haya esperado a que pasen doce años desde su estreno para animarme a ver esta serie creada por Shawn Ryan y ambientada en una comisaria de un distrito particularmente multirracial de la ciudad de Los Ángeles, donde conviven un capitán obstinado en labrarse una carrera política, un grupo de asalto cuyos miembros se saltan la ley a la torera, detectives a la vieja usanza y patrulleros a pie de calle.
El protagonismo de la serie recae sobre Vic Mackey, un bulldog alopécico que gestiona el grupo de asalto y que te muerde los huevos en el episodio piloto y ya no te los suelta nunca más; para cuando terminan los primeros 45 minutos de la serie (88 episodios repartidos en 7 temporadas), te das cuenta de que estás ante un personaje al que no sabes si vas a amar o a odiar, pero seguramente te lo preguntes mientras te dispongas a ver el siguiente episodio, porque la serie engancha como pocas.
Hay una declaración de intenciones en el episodio piloto que sirve para ilustrar perfectamente el tipo de protagonista al que nos estamos enfrentando, cuando un pederasta no colabora con los agentes Wagenbach y Wims y la presencia de Mackey es requerida para lograr información sobre el paradero de una niña secuestrada.
En esa escena, el interrogado pregunta a Vic si él es el policía malo, a lo que éste responde: «el policía bueno y el policía malo se han ido; yo soy un policía diferente«; y, en efecto, lo es, porque The shield no es, simplemente, una serie sobre un policía corrupto en un sistema corrupto, sino que es mucho más.
Para definirlo de algún modo, y para que sirva de homenaje a quien me recomendara esta serie por primera vez, podríamos decir que, al igual que La crisis carnívora era la película de los hijos de puta, The shield es la serie de los hijos de puta.
Hay mil aciertos que la convierten en, para mi, una de las cinco mejores que se han emitido en los últimos años (y probablemente la mejor sin sello HBO junto a la citada Breaking Bad), pero hay dos que destacan sobremanera: su cásting y su discurso visual.
Los personajes que rodean a Mackey están llenos de matices y muestran las distintas caras de un mismo dado, complementándose asombrosamente bien, sin fisuras ni sensaciones de vacío. A ello contribuye la elección de actores poco conocidos por el gran público (a pesar de que varios de ellos han actuado como secundarios de lujo en varias películas) y cuya principal característica es no parecer modelos de Victoria´s secret ni de Calvin Klein, algo que, junto a que la comisaria es un lugar gris erigido en la planta de una antigua iglesia, hace que la serie supure realismo por sus cuatro costados. Estamos ante la serie en la que, por fin, los policías parecen policías.
A esta veracidad contribuye el aspecto cuasi documental del producto, con un manejo de la cámara vertiginoso, plagado de reencuadres y reenfoques rugosos, ásperos como esas calles de Los Ángeles llenas de crímenes de bandas, violaciones, pederastia, corrupción e hipocresía.
El aspecto visual de The shield es su mayor arma, es el remate definitivo a una serie cruda y afilada como un bocata de cristales, sin concesiones, pero no por ello exenta de un humor más que necesario para sobrellevar tanta inmundicia como la que rodea la comisaria que capitanea David Aceveda, otro personaje carismático cuya relación con Mackey otorga a la serie el arranque necesario.
No quiero enrrollarme demasiado, últimamente he recomendado esta serie a todo aquel con quien he hablado (poco me ha faltado para pontificar sobre las bondades de Vic Mackey en medio de un vagón de metro), y creo que pocos serán quienes se acerquen a The shield y no se sientan irremediablemente atraídos por su sordidez y su mala ostia, camufladas en el interior de unos guiones precisos y sin florituras, donde, además, cada personaje habla de un modo perfectamente reconocible y sin necesidad de frases grandilocuentes ni ocurrencias ingeniosas.
Ya que estamos en un país donde nos vemos obligados a vivir rodeados de mierda y corrupción, que sea al menos la que nosotros hemos elegido; que sea al menos The shield.