Aun a riesgo de que terminemos siendo reconocidos como una web de carácter luctuoso o mortuorio, y menos de 8 meses después de dedicar estas líneas a la despedida de un grande como James Gandolfini, vuelve el Dr. Hackenbush a amargaros la existencia con el fallecimiento inesperado de uno de los mejores actores de su generación: Philip Seymour Hoffman
Por lo que se sabe hasta ahora, el versátil actor apareció hace 3 días con una jeringuilla clavada en sus venas; víctima de la heroína al igual que Corey Monteith (de Glee, en Julio de 2013), Brad Renfro (el niño de El cliente, en 2008) o John Belushi (Blues Brothers, en 1982, combinando cocaína y heroína, un cóctel conocido como speedball y que también se llevó al humorista Chris Farley, protagonista de la infame La salchicha peleona)
Cuesta en ocasiones comprender cómo alguien que, a priori, puede tener de todo en la vida (es un juicio terriblemente superficial, lo sé), acaba muerto en el suelo de su casa con una jeringuilla colgando de las venas.
Cuesta sobre todo cuando sabemos que Philip Seymour Hoffman tenía tres hijos (este año cumplirían 11, 8 y 6 años respectivamente) y uno de los mejores trabajos del mundo; trabajo que, además, depempeñaba con maestría y que le había proporcionado respeto, dinero y reconocimiento.
Haciendo memoria creo que la primera vez que fui consciente de su presencia en la pantalla fue en Happiness, de Todd Solondz, la que es para mí la una de las comedias cumbre de los 90, y en la que Hoffman encarna a un pervertido sexual que se encierra en casa a masturbarse compulsivamente a medida que se obsesiona más y más con su vecina y que usa su propio semen para pegar cartas a la pared.
Sin tiempo apenas de recuperarme del impacto (y del gozo), me lo encuentro ese mismo año en la que para mi es la otra comedia clave de la década: El gran Lebowski. Aquí interpretaba a un servicial mayordomo (el del Lebowski original) y que era el encargado de tratar con El Nota acerca de los requerimientos de éste (su alfombra, ya se sabe)
Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que su peculiar apariencia me era familiar; ya le había visto en películas como Esencia de mujer y en bodrios como Twister, aunque también me vino a la cabeza su aspecto ebrio buscando los labios de Mark Wahlberg en la estupendísima Boogie Nights de Paul Thomas Anderson, para quien Philip fue un actor fetiche.
A partir de ahí, creo que su carrera habla por sí sola, y voy a citar solo una breve muestra de su extensa filmografía: Magnolia, El talento de Mr. Ripley, Casi famosos, Capote (por la que obtiene el Oscar al mejor actor en 2005), Antes que el diablo sepa que has muerto (testamento cinematográfico de Sidney Lumet), La duda, The master y, por qué no decirlo también, Mary and Max, una de mis películas de animación favoritas y en la que Hoffman ponía la voz original.
Ya había hablado en ocasiones acerca de su adicción a las drogas, sobre todo en su época de juventud, afirmando que, de haber sido rico en aquel momento, hubiera acabado muerto. Es ahora cuando las palabras de Hoffman adquieren mayor valor; cuando sabemos que se encontraron más de 50 papelinas de heroína en su apartamento y cuando algunas fuentes afirman que gastaba casi diez mil euros mensuales en droga.
Parece ser que ni el amor de sus tres hijos, ni la lucha de su mujer para intentar crearle un espacio en el que desenvolverse y luchar contra la heroína han sido dique suficiente para el oleaje de su adicción.
Philip Seymour Hoffman se nos ha ido a los 46 años dejando una de las filmografías más completas y brillantes, testamento anticipado de uno de los mejores actores del mundo.
Descanse en paz