Han Solo es el último film del universo Star Wars. Es la película que, escindida ( spin-off ) de la trama original, se centra en los comienzos del joven Han en el agitado mundo de sus aventuras galácticas. Una historia de “Orígenes” en toda regla.
¡Un Western, Igor! Contiene todos los ingredientes.
Prácticamente todo en la fotografía nos recuerda al estilo cinematográfico clásico de El Lejano Oeste. Los grandilocuentes planos donde se muestra la vastedad de un paisaje salvaje; casi tan hermoso como indómito. Los filtros de color que le otorgan a todo una pátina polvorienta y ocre. Los encuadres, durante los enfrentamientos o duelos, en los que en un lado de la imagen se ve en primerísimo plano el arma de uno de los contendientes y en el otro lado de la imagen se ve; con gran profundidad de campo, otorgándole un vertiginoso dramatismo a la escena; al amenazador contrincante preparado para desenfundar. Y no podían faltar los duelos de miradas, con planos cerrados sobre los rostros de los rivales.
La ambientación nos sitúa directamente en el corazón de El Salvaje Oeste; «cabalgando» entre rocosas montañas heladas, sofocantes desiertos, inhóspitos parajes, bulliciosas cantinas… Los sitios con cierta civilización desprenden una esencia tan fronteriza como decadente; tan caótica como delictiva.
La trama es una aventura en la que el protagonista, Han, apenas tiene control sobre lo que sucede. Se ve abocado a afrontar una concatenación de situaciones que a duras penas puede manejar, pero en las que marca una sutil diferencia. Y todo ello para dirigirse de forma ineludible hacia otra situación, que no puede soslayar y, en la que se haya en todo momento al borde del precipicio, surcando las encrespadas olas del peligro.
Solo se ve inmerso en acontecimientos inevitables a los que da solución de forma improvisada, aplicando su avispado ingenio y su despierta inteligencia, impulsado por su juvenil ímpetu y su decidida personalidad, y respaldado por su siempre afortunado sino.
Y la historia se desarrolla recorriendo los hitos clásicos del género del Llano Crepuscular: infames bandas de forajidos, acaudalados “terratenientes” que controlan los entresijos del hampa, encargos ilegales, asaltos ferroviarios, robos de “bancos”, persecuciones de “jinetes” siderales, tiroteos desenfrenados, partidas de naipes con tahúres fulleros… Un salvaje y desafiante ambiente de frontera, ribeteado con la esencia de la Guerra de las Galaxias como telón de fondo y la carismática personalidad de sus legendarios personajes.
Resulta curioso ser testigo del desarrollo de algunos de los acontecimientos que el bribón de Han menciona de pasada en la trilogía original.
¡Y no olvidemos a los personajes! Todos destilan un aire canallesco, directo, temerario y violento. Algunos resultan entrañables. Y todos son significativos, icónicos, por poco que aparezcan en pantalla.
Están resultando mucho mejores las películas escindidas, como Rogue One, que la devaluada tercera trilogía de la saga. Las historias individuales enfocan mejor su narrativa y proyectan de forma más eficaz a sus personajes y motivaciones. En cambio, las nuevas entregas de la saga Skywalker vagan a través de una inconcreción incomprensible, a través de subtramas tan fútiles como incoherentes; por no hablar de las apariciones de personajes míticos que, para mayor regovómito de los admiradores de la franquicia, aparecen en escenas totalmente desechables que son incrustadas en el metraje de forma abominable.
Mientras que la historia principal va a la deriva, sin rumbo ni esperanza, ¡oh, Kenobi!, los largometrajes complementarios presentan unos relatos más claros, más interesantes, mejor ejecutados; narran unas epopeyas galácticas que insuflan de nueva vida a nuestra querida Guerra de las Galaxias.
¿Que cuál es la próxima película individual, Igor? ¡Pues cuál va a ser! ¡Es nuestra última esperanza: Obi Wan!