Antes de ir directos al grano, permítanme que me presente. Soy el Doctor Frederick FRONKONSguitar. Y me temo que, a pesar de mi condición de docto, no podré ilustrarles ampliamente sobre nada en particular. Aunque, si me lo permiten, quizá pueda perfilarles unas briznas de conocimiento sobre todo en general.
¿Mi propósito, Igor? Encontrar la sustancia de la que está hecha el alma; el combustible de la creación, de la vida, de la alegría, de la consumación; la música. Y así, entretejer las costuras de la carne para sentirme vivo, ¡VIIIIVOOOOOOOOOO!
Así pues, procedo a narrarles una gran noche de concierto a la que pude acudir para mi disfrute y esparcimiento. De Fuel Fandango era, por cierto.
Corría un día 25 de Noviembre. El otoño exhalaba un exangüe viento frío; que no helado. Y las nubes y la lluvia iban y venían, rociando caprichosas el día.
Ante tan destemplado acontecer, de algún modo, había que entrar en calor, así que la noche con Fuel empezó… y con Fuel terminó.
Exigí fuel, exigí fuego y exigí todo cuanto deseo, para entonar el espíritu y enardecer el corazón. Y Metallica claudicó a mis demandas, haciéndome sensible a sus rugientes voz, batería y guitarras.
Un preámbulo a cuanto debía ofrecerme, la que sería, una tórrida noche.
Así pues, acudí a la llamada de la congregación. Y en la Iglesia de Santa Ana, la de los 27 evangelios sonoros, fui testigo de una revelación. El testimonio de otros se convirtió en certeza, y la fe se tornó verdad; sus directos son excepcionales, con toda honestidad.
Fuel Fandango prendió la llama dentro de mí. Garra, emoción, genio, sensación, armonía y vibración. El cocktail sublime del candor, del clamor, del calor, del amor…
Era el casi último concierto; fin de gira de su más reciente álbum, de joyas repleto. Una digna rúbrica antes de enfrascarse en otro proyecto. Despedimos a la Aurora en plena época Boreal. ¿Cuánto habremos de esperar para nuevas luces vislumbrar y nuevos ritmos respirar?
La primera canción atravesó mi pecho como un Rayo de Plata, con contundencia, sin miramientos, sin dilación; recorriendo nervios y arterias, sobrecargando sinapsis, infundiendo vida en el entumecido cuerpo. Un prefacio ardiente que imbuía de la llama candente a cualquier espíritu indolente para que despierte.
Con la tercera canción, ya atemperado el ambiente, nos deleitaron con algo menos bravo, más emocional, más tranquilo, menos visceral.
Y luego, nos embarcamos en una montaña rusa de brío y tranquilidad; de punteos, susurros, rasgueos, baqueteos, taconeos y voces desgarradas.
Magnífico juego de luces, el que adornaba las canciones y aderezaba los intermedios musicales. Nos sumergía en la misma Aurora que da nombre al disco.
Buen sonido y potente voz. Se distinguían claramente los instrumentos, sin saturación ni distorsión.
Momentos para brillar cada uno de los participantes:
Un batería que por momentos era contundente con bombos y tambores, o sutil y delicado con platillos estelares.
Un guitarra que rasgaba el tempo y el espacio con fiereza o que punteaba sentimiento con delicadeza.
Una voz magistral que te transportaba al agitado mar de emociones por el que navegaban las canciones. Y Nita nos deleitaba con puntuales y escogidos taconeos, que convertían en protagonista invitado al tablado que habían dispuesto para tal efecto.
Y un teclista, bajo/guitarra que redondeaba y completaba proverbialmente el elenco.
Momentos de inspiración y momentos de coraje.
¿Que cómo terminó la noche, Igor? Como caballos en la niebla: Salvaje.