¡Atención, estos sueños pueden contener destripamientos!
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¡Oh, Inga! ¡He tenido un sueño tan vívido que no sería capaz de distinguirlo de la realidad! Me parecía tan palpable como tu voluptuoso cuerpo; tan excitante y visionario como nuestra noche de bodas.
Se trataba de un futuro en el que la humanidad había conquistado las estrellas pero que no por ello estaba exento de conflictos. Los jinetes siderales cabalgaban a lomos de naves espaciales. Era una suerte de “lejano oeste” galáctico en el que, no mucho tiempo ha, se había librado una guerra civil cuyas ascuas aún humeaban y las heridas aún cicatrizaban.
Todo parecía girar en torno a una pequeña y destartalada nave; la Serenity, de clase Firefly; y su audaz tripulación. Un grupo, siempre al filo de la navaja, bregando por sobrevivir. Arrastraban el estigma de la derrota en la reciente contienda, y buscaban el sustento y la libertad en los confines de la galaxia, donde el horizonte se volvía frontera y el control de las autoridades era tan laxo como difuso.
La osada tripulación se ganaba el pan aceptando trabajos de dudosa honradez, cuando no abiertamente delictivos. Mas se trataba de buena gente, que no procuraba el mal ajeno, sino que cuidaban como podían de sí mismos. Se metían en líos constantes, y no pocas veces, por intentar hacer, cuando la ocasión era propicia, lo correcto.
Era un grupo que fluctuaba permanentemente manteniendo un precario equilibrio entre el cínico egoísmo y el idealismo altruista; con una miríada de amenazas por eludir: a las autoridades, a los rivales, a los piratas, al hampa y a los misteriosos y aterradores Reavers.
La adversidad era una constante en tensión y el humor era el calmante subsanador. La desesperación, sin embargo, no dejaba paso a la desidia y la rendición. Con el incansable apoyo mutuo del compacto grupo, conseguían mantener el tipo y albergar un hálito de esperanza; una tenue luz, como la de una Luciérnaga en mitad de la noche.
Se trataba de una violenta fuga hacia adelante en pos de unas escurridizas Paz y Serenidad; una historia futurista donde se exploraba más lo social y humano que lo científico. Aventuras espaciales, en verdad.
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¡Oh, Inga! ¡He tenido un sueño que parecía tan real como tus besos de buenas noches! Era tan vivaz y estimulante como retozar contigo a la orilla del lago y a la sombra del sauce.
Otra vez un futuro espacial… ¿¡Otra vez!? ¿Acaso ya he soñado con algo similar? ¿O he soñado haberlo soñado? ¡Maldición! ¿Qué es sueño y qué realidad? ¡No importa, dejaré de divagar!
En este futuro espacial, la humanidad se había «Expandido» por el Sistema Solar y se encontraba a las puertas de un inminente conflicto entre la madre Tierra, la belicosa Marte y el menospreciado, pero imprescindible, Cinturón de Asteroides.
La caprichosa Fortuna o el enigmático Sino o la impredecible Suerte embarcaban a una mezcolanza de tripulantes en una pequeña pero potente nave a la que, paradójicamente, llamaban Rocinante. La capitaneaba un idealista irredento, una suerte de Don Quijote, que se vio obligado a asumir esa responsabilidad contra su voluntad. Sus compañeros, en cambio, eran más pragmáticos y, cual Sancho Panza, más propensos a poner los pies en el suelo; algo nada fácil a tenor de la ingravidez perpetua del espacio.
Mientras tanto, en el Cinturón, un policía cínico y hastiado, ya de vuelta de todo, se sumergía en la trama e iba desvelando sus entresijos, tornando su carácter hacia lo altruista, en busca de una hebra de improbable justicia; transformando, metafóricamente, su característico sombrero en bacinilla.
Al mismo tiempo, en la Tierra, una veterana política, bregada en los insidiosos y traicioneros campos de batalla enmoquetados, desplegaba todo su ingenio estratégico. Con fría y perturbadora astucia, afrontaba los peligros propios de la prosecución de un fin superior, en extremas circunstancias y sin importar demasiado los medios.
Como no podía ser de otra manera, nuestros héroes de leyenda se veían obligados a luchar a contra corriente, sin bando, contra viento y marea, sin cuartel, contra el discurrir de los acontecimientos; encarando la vertiginosa ola para sortear el desastre, no ya propio sino generalizado.
El desafío constante a lo imposible equilibraba los idealismos de unos con los realismos de otros, y viceversa; todo ello aderezado con conspiraciones de las distintas facciones que maniobraban para ganar ventaja en el conflicto venidero.
Y, a todo esto, había que añadirle la intervención de un peligroso componente biológico de origen extraterrestre que entrelazaba y complicaba, más si cabe, toda la historia.
La trama trascendía la política y se internaba vagamente en lo filosófico. Y todo ello para que al final quedase el poso de una pregunta: ¿cuánto hay que sacrificar para hacer lo “correcto”?. Y así, se desplegaban sobre el tablero solar las incógnitas más básicas e insondables; la inseguridad de una vida plagada de incertidumbres y aderezada con algún esporádico atisbo de certeza. Nos adentramos someramente en territorio de la ficción y la ciencia.
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¡Oh, Inga! ¡He tenido un sueño tan plausible como el calor de tu abrazo y el candor de tu sonrisa! Tan perturbador y solícito como el lecho de heno de la carreta que nos llevó al castillo de mi abuelo.
¡El futuro espacial! ¡Cuán familiar me resulta la temática! Como si distintas permutaciones similares me abordaran con diferentes planteamientos.
En esta ocasión… porque intuyo que ha habido otras, en otro sueño, vida o realidad… la humanidad se había extendido por el firmamento estelar, y las grandes corporaciones tenían un poder corrompedor que abarcaba casi todos los aspectos de la vida. Delgada era la línea en la que las instituciones ostentaban un poder efímero y casi nominal. Un poder casi más estético que real; más de Forma que de Fondo. Pero lo fundamental se encontraba en la ultra-humanidad; las preguntas que planteaba, las incógnitas que suscitaba, las dudas que emergía y las respuestas que soslayaba.
Era una realidad donde se había desarrollado una tecnología capaz de replicar la conciencia de un ser humano y depositarla en otro cuerpo… donde los cuerpos se fabricaban en cadenas de montaje industrial… donde el cuerpo pasaba a llamarse Funda… donde las Fundas eran modificables genéticamente… donde se podía trasvasar una conciencia a un cuerpo de distintos sexo, raza, edad, rasgos… donde una conciencia podía ser alterada… donde se difuminaban los límites de la humanidad filosofando sobre la consciencia, los recuerdos, los pensamientos, la creatividad, y las emociones; comparando la intangible diferencia que podía separar el alma humana de la Inteligencia Artificial… Una realidad donde la inmortalidad estaba reservada a quien pudiera pagarla y el ser humano sobrepasaba el reemplazable pedazo de Carbono Alterado que era el cuerpo físico.
Se trataba de una historia en la que un hombre quería recuperar su Quijote interior en un mundo que lo había condenado al cinismo y al ostracismo más absolutos; enfrentado a imbatibles Molinos de Viento agitados por huracanes, con la inquebrantable fortaleza de su voluntad y la ayuda de sus terrenales compañeros de «viaje«.
Se trataba de echar un vistazo al vertiginoso precipicio por el que se había desbordado la humanidad, difuminando sus límites y magnificando su potencial. Se trataba de profundizar en el pensamiento, sondeando las posibilidades de los avances científicos, remozados en una ficción intrincada.
La ciencia ficción siempre ha sido una mirada lanzada al futuro, con la que se intenta desentrañar el fascinante devenir, el oscilante presente y el olvidado pasado. Una mirada que invita a reflexionar.
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¡Oh, Inga! ¡He tenido un sueño del que no he podido despertar! Aquí, apretado contra tu seno me hallo, sumido en una constriñente ansiedad.
Como cuando vino mi, por aquel entonces, prometida…
Justo después de consumar nuestra relación… “intelectual”.
Tan revelador, como aterrador.
Tengo una furibunda maraña de pensamientos en espiral que me sumergen en la locura filosofal.
He soñado que creábamos vida donde antes había muerte; que sanábamos la exhalación final; que negábamos la Voluntad Divina; ¡que ejercíamos de Dios! ¡Todo por dar pábulo a la visión de mi abuelo! ¡Todo por dar rienda suelta a mi desbocado ego! ¡Todo por el desafío de lograr lo imposible; de llevar los límites de la ciencia donde nunca antes se había soñado caminar!
¡¿CÓMO QUE LO HEMOS HECHO!?