Si habéis visto Un día en las carreras, sabréis que nuestro bienamado Groucho Marx, interpretaba a un miserable veterinario que se hacía pasar por médico. Dado que ambos compartimos nombre de personaje, no puedo menos que intentar estafar a todos mis lectores haciéndome pasar por conocedor del séptimo arte y procurar llegar sano y salvo al final de la película sin ser descubierto.
En el cine (como en la vida real), allí donde hay jaleo siempre es más sencillo que los detalles puedan pasar desapercibidos; y esa es la razón por la que he decidido crear los batiburrillos del séptimo arte: unas entradas donde cuento cualquier cosa que se me ocurra para intentar que, entre tanto follón, nadie distinga el fraude al que os someto.
¿Cómo lograrás eso? ¡Nosotros somos lectores inteligentes!. Y un cuerno. Vamos allá:
Las elipsis son un recurso necesario en el 99% de las películas. A nadie le interesa ver cómo Batman se lava los dientes y hace de vientre antes de coger el batmóvil. Las historias narradas tienen unos propósitos y, como dice Jose Luis Guerín, deberían esforzarse en mostrar únicamente aquello que es realmente esencial para el espectador y escapar a la orgía formal en que se ha convertido el cine.
Saber hacer uso de la elipsis narrativa (o de la dramática) es todo un arte y el espectador lo asume con normalidad dentro del código cinematográfico al que está acostumbrado. Aún así, hay una elipsis en particular que creo que merece la pena rescatar por lo espectacular y lo audaz de su propuesta. No es extraño ver cómo el protagonista apaga el despertador para, inmediatamente después, verle salir del portal con aspecto somnoliento, por ejemplo, pero, ¿hasta dónde se puede llegar? Eso lo demuestra Stanley Kubrick en 2001: Una odisea del espacio, donde se marca una elipsis por corte de miles de años sin despeinarse, consiguiendo uno de los efectos más recordados en la historia del cine
En la anterior entrada hice referencia al plano secuencia de El secreto de sus ojos, por la espectacularidad de su ejecución, aunque es evidente que no está rodado en una única toma y tenéis decenas de making offs en youtube. Más allá de ser un recurso visual y una muestra de destreza, el plano secuencia puede tener intencionalidad dramática y servir, por ejemplo, para mostrar la facilidad con la que un personaje desempeña una acción. El rodarlo sin cortes hace que el espectador perciba la acción como natural y permite ahondar en la descripción del mismo.
Es lo que sucede en Uno de los nuestros en la escena del Copacabana, donde Ray Liotta (que interpreta al gángster Henry Hill), sorprende y seduce a Lorraine Bracco con su capacidad para acceder a un local tan exclusivo sin necesidad de aguardar a la cola como el resto de los mortales. De este modo, el recurso estilístico sirve para definir mejor aún al personaje y el estatus que posee en la ciudad. Uno de mis planos secuencia favoritos a manos de un experto en la materia como es Martin Scorsese
Hace un par de semanas me dio por continuar revisando películas de Chaplin que hacía tiempo que no veía, y tras volver a disfrutar en Luces de la ciudad con uno de los finales más hermosos que ha dado el cine (un día me pondré a hacer spoilers a lo loco de ésta y otras películas), le tocó su oportunidad a El chico. En la historia, hay un momento que, quizás hoy, no resulte muy llamativo, pero que a mi me encanta, y es aquel en que los responsables del orfanato, alertados por el médico, acuden junto a la policía para recoger al chico.
El chico es metido en el camión mientras que Chaplin pelea dentro de la casa por zafarse de los responsables. No hay un contacto visual real entre ellos, el niño está en la calle y Chaplin está arriba en la habitación; sin embargo, la escena se construye como una ruptura del espacio entre ambos personajes. La podéis ver en los primeros treinta segundos de este vídeo (en el resto llega la culminación de la lucha de Chaplin por recuperar al niño que interpreta, magistralmente, Jackie Coogan)
Un recurso poco habitual en el cine es el subtitulado. No me estoy refiriendo a ver las películas en versión original (sana costumbre que tengo un poco abandonada), sino al uso del subtitulado como elemento narrativo. Una de mis películas favoritas siempre ha sido Annie Hall, de Woody Allen; obra que merece mucho más que un pequeño apunte en los batiburrillos y que tendrá su propia entrada más pronto que tarde.
Hay una escena en esa película en la que Annie y Alvy mantienen una conversación aparentemente banal enmarcada en el interés mutuo que se despiertan. Woody Allen rompe (como hace a lo largo de toda la película) con cualquier clasicismo narrativo y expone mediante subtítulos los verdaderos sentimientos que ambos personajes ocultan tras esa conversación.
Y ya está. Tengo el cerebro más espeso que el puré de patata y me ha costado dios y ayuda llegar hasta aquí abajo. No así a vosotros, que habréis leído esta entrada con la pasión que, necesariamente, despierta un hombre con el atractivo intelectual y físico que posee este humilde doctor. Cualquier tipo de colaboración será bienvenida, porque, no lo olvidéis, cuanto más hagáis vosotros, menos tendré que hacer yo.