10 de septiembre de 2004. Tras unos meses planeándolo, mi amigo Miguel y yo nos plantamos en Vitoria para asistir a nuestro primer Azkena. Dos “veintipocoañeros” de Logroño a los que siempre les había gustado el rock y que asistían a su primer macro-evento de estas características, sin saber muy bien lo que iban a encontrarse.
Y lo que vivimos ese fin de semana cambió mi percepción del rock para siempre. Sentir como una ciudad entera se vuelca con el rock durante tres días, ver las calles llenas de gente con camisetas negras bebiendo katxis de cervezas mientras discuten de música con su cuadrilla, observar cómo empieza la peregrinación hacia Mendizabala a primera hora de la tarde, ya sea bajo un sol de justicia o empapados por un txirimiri helador, disfrutar del estupendo ambiente que se vive en el recinto del festival en todo momento… todo ello esculpió una indeleble mella en aquel joven que atronaba a sus vecinos con sus cds de Led Zeppelin y de los Stones.
Desde aquel mismo instante esa cita se convirtió en obligatoria. Cada novia que he tenido ha sabido que hay (y habrá) un fin de semana que es sagrado. Mis amigos saben que no se pueden casar el fin de semana del Azkena, mis jefes ya sonríen pícaramente cuando les pido a última hora y por la espalda un viernes libre.
En definitiva, el Azkena es una experiencia. El Azkena hay que vivirlo, hay que imbuirse de su ambiente. No hay que tomárselo tan sólo como un festival de rock al uso, porque es mucho más. Desde entonces he estado en otros muchos festivales, algunos mejores y otros peores, con sus cosas buenas y sus cosas malas, pero el Azkena tiene personalidad propia. El Azkena es y será siempre un festival especial, una experiencia más allá de lo meramente musical. Para vivir el Azkena en condiciones hay que bajar a tomar una cerveza a la Plaza de la Virgen Blanca a mediodía, máxime ahora que han vuelto a programarse conciertos allí, y hay que ir a comer al casco viejo, de pinchos o a tomar una costilla asada a los jardines de Falerina.
A nivel musical, cada año ha ido siendo distinto, porque el ARF, desde su condición de festival rockero más ecléctico de Europa, siempre ha deparado sorpresas muy agradables, pero gracias a la experiencia y a las nuevas tecnologías cada vez ha sido más y más fácil asistir al evento con la lección aprendida. En mi primer ARF apenas conocía a un par de bandas, MC5 y Turbonegro, pero salí de Mendizabala siendo fan de media docena de grupos que hasta entonces desconocía.
Y con ese mismo espíritu de descubrir nuevos sonidos y melodías, además de vivir una vez más la experiencia ARF al máximo, me planté este año en Gasteiz, porque del cartel apenas conocía a 3 ó 4 grupos, pero leyendo la letra pequeña la verdad es que no tenía ninguna mala pinta.
Para abrir las hostilidades, los arrigorriagatarras Highlights dieron toda una lección de clase y buen hacer, demostrando a los que no les habían visto nunca lo que muchos ya sabíamos: que son una pedazo de banda con nivel más que sobrado para subirse al escenario del Azkena.
Sven Hammond, con su fusión de múltiples estilos (rock, funk, soul, blues…) no terminó de despegar el viernes, aunque se desquitó al día siguiente en la plaza de la Virgen Blanca a mediodía, o al menos esa sensación dio viendo la entrega del público en ambas ocasiones. El viernes hubo momentos demasiado etéreos y ambientales para mi gusto, mientras que el sábado fue todo mucho más orgánico y directo, y el público azkenero siempre agradece esto último.
Mad Martin Trio pusieron la nota rockabilly que nunca falta en el Azkena, muy en la onda Stray Cats, haciendo bailar y disfrutar al personal, que en definitiva es de lo que se trata.
Con los Dubrovniks llegó uno de los platos fuertes del festival, ya que se reunieron para tocar en Vitoria 20 años después de su disolución, y conozco a alguno que no pudo quitarse la sonrisa de la cara en todo momento durante su concierto (y no voy a poner fotos de él porque es el jefe y me puede despedir). Power-pop de melodías pegadizas que recuerda a grupos como sus compatriotas The Chevelles o incluso Redd Kross.
Con White Buffalo llegó una de las primeras grandes sorpresas. Con un estilo que me recordó a Steve Earle & The Dukes, con fantásticas canciones a medio camino entre el country y el rock americano. El problema de los músicos que practican este tipo de estilos es que te los puedes creer o no, puedes sentir lo que te están cantando o puedes notar como cada nota que emana de ellos está vacía y carente de sentimiento. Yo a White Buffalo me lo creí, notaba su alma en cada nota, y por eso se ganó al menos un die-hard fan más aquella tarde en Mendizabala.
D-Generation fueron otra grata sorpresa. Por lo leído pensaba que su sonido iba a ser más punk, pero lo cierto es que estaban más cerca del sleazy rock de lo que sospechaba. Les seguiré la pista, porque además saben cómo dar un buen show.
Durante los shows de Television y Black Mountain aprovechamos para cargar un poco las pilas porque lo que venía después era ni más ni menos que ZZ-Top. En el apartado de hostelería el festival ha mejorado bastante este año. Había más puestos de bocadillos con mayor surtido que otros años, y sobre todo más calidad de productos. También había otras alternativas como crepes, hamburguesas, tostadas, kebabs, etc.
Vayamos a lo interesante. El bolo de ZZ-Top, por lo leído estos días atrás, parece que no dejó satisfecho a nadie. Es cierto que se hubiese agradecido más volumen, al menos desde la posición donde yo me encontraba viendo el concierto, y es cierto que Billy Gibbons tiene la voz bastante cascada, pero fue un concierto muy digno. Estos tíos son unas leyendas, tienen un repertorio que tira de espaldas, pudiéndose permitir dejar fuera del set-list clasicazos como “Beer Drinkers & Hell Raisers” e hicieron 3 canciones de su último disco, “La Futura”, que está totalmente a la altura de la leyenda, lo que da idea de que no bajan el nivel por muchos años que pasen. Realmente creo que no se les puede pedir mucho más. Tal vez su problema para el gran público sea que, al verlos, hacen que parezca fácil esto de hacer rock’n roll. Pero ni mucho menos.
La noche terminó con el esperado bolo de L7, que por lo que cuentan las crónicas debió ser brutal. No se les puede achacar falta de actitud, pero son demasiado ruidosas y con poca melodía para mí. Creo que me estoy haciendo viejo.
El sábado arrancamos en Mendizabala con Powersolo, que pasaron sus influencias de rock 50’s a través de un tamiz punk que hizo bailar y disfrutar a la gente.
A continuación los Eagles Of Death Metal dieron lo que se esperaba de ellos, uno de los conciertos más entretenidos del festival. Temazos como “Cherry Cola”, “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)” o “I Only Want You”, este último con Brent Hinds de Mastodon a la guitarra, fueron coreados por toda la parroquia que ya estaba ganada de antemano después de su legendario show en 2006. Esta vez Jesse Hughes no trajo su peine, pero aprendió unos nuevos pasos de baile muy sensuales para la ocasión.
Cracker fue otra de las agradables sorpresas del festival. No soy objetivo porque en cuanto una banda toca con una lap-steel ya me tienen comiendo en sus manos, pero dieron un gran concierto de rock americano con aires country que tal vez hubiese sido mejor acogido en un escenario más íntimo, aunque fueron claramente uno de los mejores shows del festival.
Reigning Sound, por su parte, evocaron a sonidos muy 60’s, con aires a la Creedence Clearwater Revival, Roy Orbison, etc., en lo poco que pude escuchar de ellos. Habrá que seguirles la pista, porque fueron uno de los tapados y víctimas del inevitable solape de conciertos.
El show de Red Fang no dio tregua, con un metal pasado a través del tamiz del stoner que hizo las delicias de los amantes del género.
Tras ellos, Mastodon se presentaron en el escenario principal con ganas de reivindicarse como unos dignos cabezas de cartel. Su concierto fue muy bueno, el sonido fue soberbio, pero el metal de toques progresivos que practican puede llegar a ser algo tedioso si no estás muy metido en su rollo.
Off! Ofrecieron un show de pelotazos hardcore de apenas minuto y medio de duración escupidos uno tras otro, sin descanso, que hizo desmelenarse al público.
Por su parte, John Paul Keith fue otra de las grandes sorpresas del festival, ofreciendo en formato trío un show de rock’n roll clásico con mayúsculas, demostrando que es mucho más que una fotocopia de Buddy Holly, aunque sus gafas de pasta te puedan hacer pensar lo contrario.
El show de Ocean Colour Scene, a pesar de no contar con Steve Cradock, su guitarrista original, fue también una grata sorpresa. Siempre los consideré una banda más de Brit Pop y por ello nunca les presté atención, más allá de “The Riverboat Song”, pero se revelaron como unos auténticos artesanos del pop, con melodías cercanas a los Beatles o a los Byrds.
El festival tocaba a su fin con los shows de Kvelertak y Wovenhand.
De los primeros me esperaba algo más cercano al black metal, pero lo que escuché fue bastante melódico, casi hard rock. Definitivamente, creo que voy a dejar de fiarme de las etiquetas que nos empeñamos en poner siempre los críticos musicales.
Respecto a los últimos la verdad es que no se me ocurre ninguna manera de definir su música. Es como si un chamán de los Apalaches se pone a hacer rock fusionado con chill out. Una ida de olla total, pero con mucha clase y saber hacer, y con un frontman (David Eugene Edwards) totalmente magnético.
Ya ha empezado la cuenta atrás para el ARF’16. Nos vemos en Vitoria el año que viene!
Aprovecho para pedir disculpas a las bandas que estuvieron en el festival pero que no aparecen en el artículo. Como comprenderéis, es materialmente imposible ver todos los conciertos.
Keep on Rockin’!
Dr. Pretorius
Fotos: Musicsnapper