«Creía que los dioses eran inmortales… Adios, Paco»
Así escribía un amigo mío en su perfil social la mañana del 25 de febrero. Otro amigo, a la vez que nos daba envidia poniendo una foto en la que salían él y su padre junto al maestro, decía que «su humildad es igual o más grande que su talento». Ambos son rockeros/metaleros hasta la médula. Al igual que lo son Steve Vai, Adrian Vandenberg y Joe Bonamassa, que se hicieron eco en sus redes sociales de la noticia del fallecimiento «de uno de los más grandes músicos y guitarristas del siglo XX» (Joe), y que calificaron la mala nueva como «una gran, gran pérdida» (Adrian). Esto sólo en mi círculo. No puedo ni imaginar la cantidad de pésames que se habrán publicado a lo largo y ancho del planeta música.
Porque Francisco Sánchez Gómez era un (¿o el?) guitarrista que había traspasado fronteras, todas las fronteras, tanto las físicas como las metafóricas. Tocó en todas partes, con todo el mundo, y su maestría impresionaba a todo aquél que lo escuchaba. Un genio autodidacta («el flamenco es una música que nunca fue a la escuela, es un bien de la emoción», solía decir) que con diez años ya había tocado en los principales santuarios del género, y que a los diecisiete ya había tocado en USA y grabado su primer disco; que con veinte se juntó con José Monge «Camarón de la isla» y formaron una dupla irrepetible que convirtió el cante jondo en espectáculo de masas. Un genio que abrió el género a la fusión con otros estilos sin que perdiera sus raíces. Ello le llevó a tocar con gente como Jorge Pardo, Carles Benavent y el pionero del cajón Rubén Dantas. Un genio que grabó con gente tan dispar como John McLauglin y Al Di Meola y vendió un millón de copias, y que llenó auditorios de la talla del Carnegie Hall, el Olympia, el Teatro Real o el Lincoln Center; y que dejó con un palmo de narices a gente como Wynton Marsalis, Chick Corea o Marcus Roberts. Porque él lo valía. El era todo lo que se podía expresar con seis cuerdas. Y eso le valió un gran número de premios, desde el Grammy al Príncipe de Asturias de las artes.
Hoy quiero hablar de Paco de Lucía porque es uno de los artistas que forman parte de mi infancia. Desciendo de gente nacida en el sur, así que en mi casa se escuchaba mucha música de esta. Había mucho folklore fiestero; pero también había música que me llamó la atención y que aún hoy en día escucho. Como Medina Azahara. O mis queridos Triana. También escuchaba a Manolo Sanlúcar. Y a Paco Cepero. Y a Vicente Amigo. Pero escuchar a Paco de Lucía era diferente. Mis padres lo veneraban, y con el paso del tiempo, descubrí por qué. Además, consiguió que mi padre y yo fuésemos juntos a un concierto por primera vez, y eso es algo que no ha ocurrido muchas veces más. Fue en el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz del 2006. Así que, sólo por esto, el maestro se merece que le dedique unas líneas en esta página. Y unas palabras de despedida, también:
«Apreciado maestro don Paco:
Usted no me conoce; y dado que las circunstancias hacen que ahora ocupemos universos diferentes, será difícil que eso ocurra hasta dentro de, espero, mucho tiempo (no se me ofenda, maestro, no es nada personal).
Yo sólo soy un humilde fan suyo, de los normalitos, uno de tantos. Pero sepa usted que, por lo comentado arriba del concierto al que mi padre y yo fuimos juntos a verle, le tengo mucho aprecio a su persona, y me jode bastante saber que, debido a su marcha, eso no volverá a ocurrir. Ahora usted está dando conciertos en un auditorio en el que yo no puedo entrar, y del que no hay entradas a la venta.
Usted no sólo ha dejado viuda a su señora y huérfanos a sus hijos con su marcha. Usted ha dejado huérfanos a tod@s sus seguidor@s, a un estilo (el flamenco, claro) y a un instrumento. A partir del 26 de febrero, todas las guitarras clásicas, o españolas, o flamencas, o como coño quiera llamarlas cada un@, deberían fabricarse de color negro, en señal de luto por el hombre que las hizo universales. Ellas saben que ya no van a sonar igual, porque falta usted. Usted y ese «duende» que había en sus dedos, en sus manos, en toda su persona.
Reciba usted de mi parte un cariñoso saludo, y otro de mi padre. Espero que, cuando llegue la hora de ir al sitio en el que ahora se encuentra, la muerte me pille viviendo, como solía decir usted»
Dr. Moreau Frankensguitar